En mi escuela de narrativa, Factoría de Autores, usualmente en verano, nos motivan a escribir relatos ultracortos (entre 300 y 400 palabras) que contemplen en su narración los elementos o ideas que se muestran en los dados Story Cubes. Esta es la primera tirada. Género libre. Mi relato se encuentra a continuación. Espero que os guste.
Una flecha le indicaba el camino a seguir. No confiaba en su suerte, pero sí en los sueños. Subió a la azotea del edificio, con cuidado, para no tropezar con ninguno de los armados. No tenía ganas de pelear con imagigantes. El reloj del Ayuntamiento tocó su carillón. Cuatro campanadas abrieron la puerta temporal que le llevaría al jardín secreto. Al principio de las visitas, le resultó extraño que el color de las plantas fuese naranja y la luz fuese rosa. Ahora, los colores habituales le resultaban extraños y aburridos. Llegó al estanque. Realizó un conjuro y otro de los dedos de su mano desapareció convertido en cenizas. Entonces, se sumergió. Empezó a llamar a Danio, el pez guía. Sin su ayuda no lograría alcanzar la estrella errante. Cuando llegó al reino de los astros, sacó el imán que le acercaría la escalera para subirse a la errabunda. Esperaba que, esta vez, su trazada cruzase cerca del anillo del planeta de los ositos de gominola. Carlitos le había contado que si se comía tres de ellos de sabor fresa, se teletransportaría a la biblioteca de los Libros Perdidos. La estrella pasó cerca de su destino. Saltó y nadó por el espacio hasta llegar al anillo perturbador. Se incorporó y soltó una moneda en el surco: una canción empezó a sonar. Tenía que capturar antes de que terminase. ¡Por ahí va uno! Corrió, corrió, corrió... ¡Y lo alcanzó! Seguía buscando y la música dejó de sonar. Repitió con otra moneda. Esta vez fue dando saltitos en su busca. Se cambió de superficie. ¡Y se chocó con su víctima! ¡Ya tenía dos! Lograr el tercero le daría la entrada al lugar deseado. No aparecía ninguno. Todos eran de color amarillo. Le preguntó a uno sonriente que pasó a su lado si no había más compañeros de color violeta. Le contestó entre risitas que todos eran violetas pero que un resfriado les había cambiado el color. Sin darle tiempo a nada, se lo metió en la boca y empezó a masticar. Cayó en un agujero verde mientras una sonata de Mozart le incitaba a dormir. Cuando se despertó, descubrió que estaba frente a la puerta de la biblioteca de su barrio.